Se llaman así porque emplean la criptografía (claves secretas de acceso muy restringido) para mantener la seguridad de su sistema.
Aunque inicialmente generaron mucho recelo por el riesgo que parecían implicar (debido a la falta de controles y respaldos oficiales), actualmente están teniendo creciente aceptación, a tal punto que los bancos ya les están abriendo espacios para su desarrollo.
Se diferencian de las otras formas de pago en que su representación y las transacciones que se llevan a cabo con ellas son exclusivamente electrónicas, con total ausencia de dinero físico (billetes y monedas), y de forma directa entre los participantes, sin intermediarios como bancos, agencias de envío de dinero u otros.
Si bien la mayor parte de su aceptación se debe al fuerte aumento de su precio a medida que crecen el interés y la demanda (en gran parte especulativa) por ellas, es innegable que constituyen una forma interesante y válida de efectuar transacciones, condición que permanecerá en el tiempo inclusive cuando su cotización deje de crecer vertiginosamente y se estabilice.
La tecnología que les da sustento, y que permite un sistema de pagos descentralizado, sin intermediarios, se denomina Blockchain.
Las únicas terceras personas que intervienen en las transacciones son los denominados Mineros, cuya exclusiva función es la de validarlas electrónicamente (desencriptando los bloques de transacciones para verificarlas y poniéndolos en el registro público de transacciones), cobrando por ello una comisión sumamente diminuta. Debido a estas razones, que reducen al mínimo los costos operativos y de intermediación, las operaciones con criptomonedas son mucho más económicas que las tradicionales.
Hay diversas criptomonedas en el mercado. Las más conocidas y difundidas son las Bitcoins (que aparecieron en el año 2009 y que debido a su popularidad prácticamente identifican al producto), siendo también conocidas las Ethereum (aparecidas en el año 2015) y otras.
1ra Foto: DailyFX
2da Foto: Observatorio Blockchain
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